Y si de citas se trata, ésta tiene que figurar.
Empezó la madrugada de un martes ya casi mañana del miércoles. Me preparaba porque sabía que se venía una larga jornada. Zapas, jean, polera y pañuelito, como de costumbre, más adicionales de dos mudas de ropa, no mas, no necesitaba más porque la cita sólo exigía de comodidad y dejarse ser, libre.
Y emprendí camino a mi encuentro.
Como soy de esas personas que gustan decir "Esto me pasa sólo a mi," necesito pruebas para apoyar mis dichos, así que la calle donde me tenía que tomar el colectivo estaba cortada sólo por tres horas, pero claro, justo esas en las que yo la necesitaba y perdida me repetía esa frase una y otra vez hasta que un amable colectivero me ayudó y llegué a destino a horario.
Embarqué y volé a ese lugar con el que había soñado tanto. Volvía a un lugar donde nunca había estado pero mi historia me hacía sentirlo propio... Igual primero hacíamos escala, mi cita y yo.
El vuelo llegó a horario a Viena, poco mas de dos horas y un lugar nuevo de a ratos y conocido por otros ya que se me hacía inevitable compararlo con los antes vistos.
Yo caminaba lugares de manual y de películas (literalmente porque salí a buscar Before Sunrise por ahí) y caminé tanto que me olvidé de comer y de hacer pis, así de embalada iba. Derecho por avenidas de nombres sin vocales totalmente impronunciables. Si miraba el mapa cada 15 segundos para ver si estaba yendo por el camino correcto.
Y después de parques y lugares ya documentados, llegué. Lo respiré. Porque no elijo mar, elijo río. La brisa es fría y huele a paz. Lo ví y el viento me nubló la vista con humedad. La inmensidad fue tal que sólo pude sonreir.
Río Danubio - Viena
Vuelta a la cuidad. A edificios históricos de esos que te hacen sentir en una peli documental del '40, luces y por fin comida. Noche de ópera, pero mis ojos sucumbieron antes que mis oídos al cansancio y por fín a dormir.
Mi cita iba viento en popa. Presentía el inicio de algo más, pero no me quería entusiasmar así que la dejé fluir. Al otro día se venía un lindo encuentro así que destiné mis energías en ello.
Merecido y largo descanso, me dispuse a organizar los pormenores de mi segundo destino: Casa. Bajo una lluvia torrencial fui por el ticket al pasado lejano, ese que ni siquiera viví, pero quería recordar.
Habiendo cumplido fuí directo a la fuente y como amante de la música debo admitir que no importa cuánto sé de un gran artista (cuestión de gustos) importa cuánto haya aportado a la misma. Y ahí estaba él, orgulloso y rodeado de vicios. Lo que yo llamo rock sin importar a qué ritmo suene.
Monumento a Mozart - Viena
Seguí mi caminata hacia ella, una amiga que hacía tiempo no veía. Y debo admitir que estaba igual: tímida pero segura, extrañando volar pero con los pies en suelo firme desde hace un tiempo. Me llevó a probar lugares, a comer donde uno paga lo que cree que vale su consumición; me hizo conocer la verdadera ciudad entre monumentos mientras me narraba su historia (que convengamos es mucha), tomar café en un bar donde mesas y sillas son todas distintas entre sí ya que venden los muebles que se usan y los van renovando, caminar por callejuelas de verano y recordar viejas salidas. Darnos cuenta de que los que éramos en el mismo lugar hace años, ahora somos todos separados por decisiones y madurez de distintos tipos. Pero igual estamos y estaremos cuando el camino nos vaya uniendo aunque sea de a ratos.
Me acompañó a tomarme el tren y nos despedimos con un hasta luego bastante certero.
Uno puede estar en la ciudad mas impresionante del mundo con los paisajes más soñados, pero lo que queda del paseo son caras, sorisas, momentos que uno finalmente asocia con el lugar. Los bienes materiales y las fotos que uno pueda traerse, no le hacen justicia a las charlas que se puede encontrar allí. Sensaciones. Eso es todo lo que debe quedar. Y mi cita estaba a punto de llenarse de ellas.
Para esta altura parecíamos ser una nuevamente y siendo una yo encontraba el camino a seguir.
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