No podría decir cuando dejé de pensarlo y solo sentirlo, y no podría afirmar que hubo un quiebre o que si simplemente pasó en la primer mirada.
Eran las 8 en punto y yo lo esperaba. No hacía falta que llegara tarde para que yo me enojara. En realidad no hacía falta nada ya que yo estaba en el límite del pensamiento "¿Qué hago acá?," de todos modos.
Caminaba nerviosa y ansiosa y sí... enfadada. Hasta que 20 minutos más tarde apareció. Lo vi desde enfrente pero me hice la boba para dejar que me sorprenda. Cuando me enfrentó corrí la cara a la izquierda al grito de "Todavía te das el lujo de llegar tarde!" Me tomó la cara con las dos manos, me miró de frente y me besó. Yo no quise ni abrazarlo, sabía lo que se venía luego y más después de ese beso. Nos separamos, caminamos unos pasos y trayéndome hacia él de un tirón me volvió a besar, con sus manos rodeando mi cintura y levantándome en el aire con toda la imágen de la más melosa película romántica, de esas que odio, pero que en este caso me bajó la guardia por completo. Era un hecho, esa noche mi vida se iba a complicar.
Sin más que sonrisas emprendimos caminata para buscar trasporte cómodo. Obviamente de la mano y entre risas bobas y miradas perdidas de dos cuerpos que por fin se reconocían. Juro que nunca me hicieron sentir tan esperada. Las cosas parecían empezar a darse de manera natural inclusive cuando no lo eran en lo absoluto. Desde los primeros metros la imagen que dábamos era de una pareja establecida y de mucho tiempo. Pero era nuestra primera cita, cita con todas las letras, cita porque los dos sabíamos que no ibamos a buscar amistad ni a ver simplemente que o quién era el otro. Cita porque los dos llevábamos las mismas expectativas de romance y calidez. Cita, porque el deseo era la sensación que primaba.
Emprendimos viaje y aunque discutíamos sobre el destino -discutir es lo que mejor nos sale- los dos lo sabíamos muy bien. Mientras esa gran avenida nos arropaba y nos dejaba mirarnos entre semáforos y lo dejaba besarme y tocarme. Y mientras la ciudad nos observaba y nos abría las puertas a lo que se suponía debía ser desconocido... Finalmente nos conocimos.
Puentes, luces, paseos de la mano, charlas tan insignificantemente temáticas para cualquiera pero tan memorablemente recordables para mi. Coincidencias, besos, abrazos, exposición pública; su manera de mirarme y de explorarme. El niño caminaba siempre un paso detrás de mi, y cuando me daba vuelta a buscarlo, él estaba absortamente perdido entre mis pantalones o mi cintura. Yo era seducción y él era la presa perfecta.
Hablamos mucho: de él, de mi, de pasado, de presente... Y de futuro. Ése fue el punto mas doloroso y que tratamos de evitar y de sortear cada vez que parecía imponerse en el tema de conversacion.
La simpleza nos dejaba conocernos aún más, no había lugares ni situaciones que opacaran lo que después debíamos recordar: sensaciones.
Me sentí cómoda. Empatía era lo que nos rodeaba. ¿Como podia ser todo tan natural? Se soponia que no lo fuera! Cuando salgo por primera vez con alguien suele haber situaciones tensas, raras, hasta atemorizantes; pero esa noche no. Las situaciones fueron amenas, familiares y relajadas.
Después de la cena, finalmente tuve que decidir. En realidad se lo confirmé a él, pero tres horas antes de ese momento, yo le había avisado a quién correspondía que no volvía a dormir . Ok, le dije que fuéramos a su casa, después de que me insistiera en compartir conmigo ése, Su mundo. Realmente no había nada en ese instante que yo quisiera más.
Llegamos y después de una corta recorrida por el lugar, los abrazos y los besos se encargaron del resto. Y conocí su mundo como debía conocerlo. Me envolvío en él de tal manera que no pude escaparme y la sensación de pertenencia me obnubiló.
Recostados quiso que escuchara una canción, me puso los auriculares en los oidos y 15 segundos después mientras yo escuchaba dicha canción, lo vi dormirse placidamente. Le saqué el iPod de las manos y apagando la luz pensé en lo lindo que sería irme a dormir todos los días de esa manera: con él y buena música.
El despertador nos aniquiló a la mañana siguiente. Yo recuerdo despertarme rodeada de un abrazo y con ganas de quedarme en el un par de horas mas. Él se despertó encima de mí completamente sudado y con una sorisa que no me dejaba dudas de que también tenía ese deseo. Los momentos siguientes fueron la cuenta regresiva hacia la realidad que nos acorralaba.
Yo lo disfruté, porque vi en toda esa situación una Yo que hacía tiempo había perdido y que no tenía ganas de recuperar. Una Yo que superaba todos los miedos de historias pasadas y se dejaba ser dos una vez más.
Nos despedimos en el subte con ojos vidriosos y sorisa. Largos 2 minutos de miradas esquivas y suspiros que tapaban el pecho con palabras que no debíamos decir.
Y pese a toda la naturalidad de nuestra cita, no pude evitar sentirme incómoda con ese beso de despedida. El juego se acababa para ambos.
Me encanto...pero porque termino?? ufa.
ReplyDelete..que lindo escribis...